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Distorsionar la competencia: una factura que la pagamos todos

A veces pensamos que aquello que llaman “buenas prácticas de competencia” es un término lejano a nosotros, que es un problema de las empresas. Si acatan las reglas del juego, bien por ellas. Si cometen alguna falta, tienen que asumir las sanciones. A lo mucho nos parecerá mal que hagan trampa y las juzgaremos momentáneamente, tal como si estuviéramos viendo una maratón desde las tribunas.

Pensemos en la empresa A, que se dedica a la producción de alimentos de primera necesidad. Considera que poner un octógono en sus productos con la leyenda “alto en sodio” se ve mal y decide omitir esa obligación. Esta decisión sin duda afecta a la empresa B, que sí pone el octógono, pero también nos afecta a nosotros, que en el supermercado escogimos el producto de A (que nos pareció la opción más saludable) y no el de B.

Las empresas C y D, que se dedican a producir oxígeno medicinal a gran escala, deciden ponerse de acuerdo para turnarse las ventas al Estado y así excluir a las demás empresas, que no tienen más remedio que salir del mercado. Años después aparece una pandemia que incrementa exponencialmente las personas que necesitan ese oxígeno, pero lamentablemente ya no hay suficiente.

El Estado decide triplicar el tamaño de los octógonos y aumentar al 100% la pureza del oxígeno para que pueda ser comercializado. A y B se dedican a otra cosa porque en las etiquetas de sus productos solo cabe la leyenda “alto en sodio”. Por otro lado, C y D ahora son los únicos que pueden ofrecer oxígeno 100% puro. Con esa decisión, nos hemos quedado sin productos de primera necesidad y sin oxígeno medicinal.

Las buenas prácticas de competencia no son algo que atañe solo a las empresas y al Estado. Son una garantía de que el mercado funcione correctamente en beneficio de las empresas y los consumidores. Los ciudadanos no podemos tener una actitud pasiva. Las decisiones correctas nos aseguran más productos, mejores precios, mejor (y más eficiente) fiscalización del Estado. Las malas decisiones, en cambio, distorsionan este engranaje y al final los platos rotos los pagamos todos.

Dr. Christian Guzmán Arias -Asociado Senior del Área Consumidor – Competencia

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